Había visto tantos de ellos durante sus 19 años que ya no le parecían novedosos...su color, su actuar la llevaban a querer tomar otros rumbos hacia tierras con más proyecciones, pero aquí estaban los seres que amaba, conocía mejor que nadie este lugar, y aún sus alas no estaban lo suficientemente maduras como para retomar el vuelo hacia los sueños que anhelaba. Muchas veces otros quisieron romper ese capullo con ansiedad, esperando ver la reacción de la oruga, pero ella, contenida en su difícil temperamento se negó en varias ocasiones a ser corrompida por los demás, ella sabía perfectamente cuando sus alas se abrirían para emprender el vuelo.
Como ya estaba cansada de esta situación se dedicó a observar a los demás analizando cada uno de sus movimientos...Un día apareció uno de estos salmones, rápidamente comenzó a saludarlo y a entablar entretenidas conversaciones acerca de las aguas del norte. Él, que ya tenía experiencia le contaba las novedades de aquel mundo tan desconocido para la oruga, ella, muy entusiasmada escuchaba todo lo que él le decía. Así pasaron varios años, todos los atardeceres el salmón concurría a la cita en la orilla del río para responder las inquietudes de ella. Los últimos atardeceres ella lo encontró más brillante, con un color más vivo, mucho más grande, maduro y más hermoso.
Por eso este día fue diferente, el salmón y la oruga estaban listos para dar un gran paso, recorrerían juntos el camino del río hacia las aguas que lo vieron nacer a él. Ella estaba tan decidida, que sin pensarlo dos veces se despojó de su capullo con la intención de descubrir ese mundo tan esperado y también para permanecer al lado del salmón, quizás por mucho tiempo más. El camino fue difícil, lleno de inquietudes, hubo tormenta en variadas ocasiones y el sol a ratos a la mariposa la hizo titubear sobre este viaje, pensaba en sus seres queridos, en la tranquila vida que había abandonado por estar junto a él. Pero no le importó, fue un gran compañero durante todo el viaje y ya quedaban pocos kilómetros que recorrer para el adiós. Había un sentimiento tan fuerte que le impedía desligarse de él completamente. Hasta que llegaron al destino que seguramente, sería el adiós. Él le confesó que había sido un gran viaje, que el amor sentido por ella sería difícil de olvidar, que a veces los caminos deben ser así y no de otra forma, y que estaba feliz y orgulloso de ser el que convenció a la oruga de transformarse en mariposa. Ella perpleja ante todas estas declaraciones se sintió feliz y preparada para recorrer todo lo que no había podido hacer durante 19 años, pero también sintió angustia por el pesar del adiós, quiso volver al capullo, pero no, ellos habían prometido el disfrutar al máximo cada minuto de sus vidas sin volver a mirar atrás y sin querer arrepentirse de lo vivido.
Pasaron años para que ella pudiera volver a verlo, él le enseñaba a otros peces la dirección de las aguas del norte, no quiso interrumpirlo. Ella ya tenía otro amor, quizás no el que esperó toda la vida, porque ese fue el salmón, pero sí uno más duradero y estable. Y por eso, cada vez que vuelve al árbol en donde se encontraba su capullo recuerda las primeras y más lindas sensaciones que alguien la ha hecho sentir, y la capacidad que él le daba para poder soñar con lo gratamente desconocido.
*No sé a qué vino todo esto, sólo sé que tenía ganas de escribirlo y así lo hice, es bastante ridículo que una mariposa se enamore de un pez, pero así fluyó mi imaginación así que no le dí otra opción. Inspirado en Peces de Fran Valenzuela y en la situación difícil y dolorosa por la que pasé hoy, esta sería un bonito final, creo yo.*
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